El silencio en el vestuario de Delfín ya no era deportivo. Era económico, humano, insoportable. Este viernes, jugadores y cuerpo técnico del club manabita rompieron el silencio y emitieron un comunicado directo y doloroso, en el que exponen la grave crisis financiera que atraviesa la institución.
Sin sueldos, sin premios, sin los pagos comprometidos durante 2025. Lo que empezó como un retraso aislado se ha convertido en un problema estructural que afecta a familias enteras, y que desnuda una realidad recurrente del fútbol ecuatoriano: los clubes que viven al día, hipotecando su historia.
“Detrás de nosotros hay familias que viven el día a día”, dicen los jugadores, recordando algo básico que muchos dirigentes olvidan: el fútbol no se alimenta de promesas, sino de responsabilidad.
Delfín Sporting Club, símbolo del orgullo mantense, vive horas de incertidumbre, mientras su plantel —con respeto, pero con firmeza— exige lo mínimo: cumplimiento y dignidad. Porque sin estabilidad fuera de la cancha, es imposible competir dentro de ella.
Hoy, el llamado no es solo a la directiva, sino al fútbol ecuatoriano en su conjunto: ¿cuántas veces más vamos a romantizar el sacrificio del jugador antes de exigir gestión y transparencia
