Fuente | Óscar Portilla
El fútbol ecuatoriano vive una paradoja brutal. Afuera nos ven como una potencia: la Tri clasificada al Mundial en segundo lugar, Liga en semifinales de Libertadores, Independiente en semifinales de Sudamericana. Nos ponen en el podio continental y dicen que tenemos una de las ligas más atractivas del continente.
Pero internamente, la realidad es otra. Dos o tres clubes sólidos… y el resto hundido en deudas. Equipos que juegan sin pagar a sus futbolistas, leyes que no se cumplen, promesas que se esfuman.
Y lo peor: las apuestas, la manipulación de partidos, mafias enquistadas en el fútbol ecuatoriano. Casos que involucran a jugadores, clubes como Gualaceo y Chacaritas en la mira, y denuncias que salpican al corazón del campeonato. Todo esto en medio de arbitrajes desastrosos, con VAR incluido, que solo amplifica la desconfianza.
Este podría ser, paradójicamente, uno de los peores años del fútbol ecuatoriano, pese a los grandes logros internacionales. Nacional manchado, futbolistas investigados y un ambiente donde la sospecha se vuelve rutina.
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