Liverpool celebraba. La ciudad cantaba. el equipo festejaba alegremente el título, y los hinchas rendían tributo a un equipo campeón. Pero en medio de los aplausos y las bengalas, la tragedia irrumpió como un golpe seco, brutal e incomprensible.
Un auto, manejado por un hombre de 53 años, irrumpió a toda velocidad y embistió a la multitud. La celebración se transformó en gritos. La música se cortó con sirenas. Y el suelo, alfombrado por banderas del Liverpool, ahora estaba cubierto por cuerpos y sangre. Aún no se conocen las motivaciones del atacante. Tampoco se ha confirmado cuántos heridos o víctimas fatales dejó este acto insólito.
Pero lo cierto es que la violencia volvió a robarle al fútbol su esencia: la alegría colectiva.